martes, 5 de febrero de 2013

El cine o el hombre imaginario, de Edgar Morin (comentario)


A continuación el comentario escrito a partir de la lectura del capítulo tres del libro de Edgar Morin "El cine o el hombre imaginario":

La transición del cinematógrafo al cine se dio por una metamorfosis natural entre una visión objetiva de la realidad a una realidad sumergida en la calidad subjetiva que tienen los pensamientos de quienes recuerdan. Todos recordamos, con nostalgia o sin ella; pero siempre tomando en consideración nuestro contexto y el modo de pensar construido a partir de él que es propio de cada cabeza pensante. La imaginación y la creatividad son inherentes al ser humano en tanto que, sino siempre, mínimo durante nuestros sueños construimos situaciones e historias que nos pertenecen sólo a nosotros y que están anegados de nuestros deseos, miedos y todo aquello que nos permite hacer una escapada del mundo real a uno quizá preferible.
Hablando de los sueños, me llama la atención que para Morin es claro que la forma en que soñamos está directamente influenciado por la forma en que se construyen las películas (hablando de cambios de toma o verse a uno mismo en tercera persona); cierto que en la vida cotidiana no tenemos cortes de cámara y sería fácil pensar que empezamos a soñar así después de acostumbrar nuestra mente a historias visuales de ese tipo, pero viendo que los cortes existen en la literatura desde casi siempre existe también la probabilidad de que la influencia fue al revés y que las secuencias de imágenes en movimiento se generaron del modo en que los conocemos ahora a partir de la intención de imitar a los sueños. Bastaría con entrevistarse con gente que en su vida ha visto una película para saber, supongo. De esa gente seguirá habiendo siempre mucha.
Lo onírico es la irrealidad que acompaña nuestra realidad desde que tenemos uso de memoria. Habrá la gente que difícilmente se acuerda de sus sueños, pero todos tenemos la consciencia de soñar de vez en cuando. Es, al igual que el cine que plantea Morin, un mundo mágico que se forma dentro de nuestras cabezas. En el caso del sueño podrían tratarse de una serie de sucesos inconexos y sin sentido, pero cuando se genera en el cine una narrativa absurda la mente consciente, despierta y confundida lo resiente. Es importante por lo tanto hablar de un mundo que además de mágico sea lógico dentro de sí mismo, y por lo tanto creíble. Si no es creíble, toda ficción o no ficción conformada por todos los factores necesarios y buscados (sea la fluidez indispensable, y todas las metáforas que unifican a todos o algunos espectadores) perderán su valor.
Regresando al texto, la metamorfosis que se da en el cinematógrafo para dar paso al que hoy llamamos cine es para mí bastante obvia. Visto de una manera global, los cambios producidos son aquellos que permiten al ser humano apropiarse de la posibilidad de grabar sucesos y proyectarlos. Las capacidades que dio el cinematógrafo al ser humano fueron en un principio bastante poco humanas, sobre todo en cuanto a la objetividad que conllevaba. El hombre objetivo no existe. Desdoblando el tiempo al antojo de uno o más individuos, además de la fusión de los conceptos del espacio y el tiempo dentro de la cámara (una vez más como imitación a la concepción que tenemos como habitantes del planeta Tierra), el cine se vuelve ahora sí un documento de registro y de recuerdo mucho más ad hoc a la forma en que las personas vivimos el presente propio. 
A las personas nos importa la gente. Así como en cualquier foto lo primero que hacemos es buscarnos a nosotros mismos con la mirada, del mismo modo narcisista nos interesa encontrar lo individual dentro de lo general; nos interesa poder despertar nuestra empatía para entender los sucesos narrados a través de ella. Una historia contada objetivamente no interesa a nadie, es siempre la opinión ajena la que despierta nuestro interés. Es entonces de este modo que el cine, a través de su metamorfosis hacia lo subjetivo y mágico se permitió a sí mismo el auge que lo envolvió y lo sigue envolviendo hasta nuestros días.

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